El disparo atronó el silencio de la noche.
Tras un momento de estupor me zambullí tras un mueble, y sin
pensarlo, rápidamente tome mi arma y repelí la agresión, no se cuantos eran,
pero me sentí acorralado, gotas de sudor frío corrían por mi rostro.
A lo lejos pude escuchar una sirena policial, (si pudiera
avisarles) apagué la luz, tratando de ubicarlos, pero estaban bien ocultos,
quizás fuera un francotirador, con el coraje que me caracteriza , arma en mano,
me deslice hasta la ventana para tratar de verlo. ¡Oh! No me percate que el
brillo de mi arma me puede delatar.
Cuantas vivencias cruzaron por mi mente, es ese breve
instante entre la vida y la muerte, que nos pone a pensar en nuestros afectos,
el sentir que podemos perderlos así de repente.
¿Por qué a mi?, ¿quien seria el que me siente su enemigo? Quizás
fuera una venganza. Pero ¿Por qué?
¡Me distraje! Alguien viene.
Mi oído me alertó, se acercaba sigilosamente, entonces
descubrí por el volumen de su físico que era el gran Boby quien me acechaba, me
preparé para atacarlo, pero el se detuvo, no se porque. Me mantuve en silencio,
expectante, sin siquiera respirar, cuando escuche que reanudó la marcha, todos
mis músculos se tensaron, entonces la escuche…
Totalmente despreocupada y ajena a mi drama me grito;
“-¿Querido, si terminaste de acomodar los juguetes del nene,
podes bajar a cenar?”
-Y hace bajar a ese perro gordo, ya te dije que no lo quiero
en los dormitorios.
Pero, son tan lindos los chiches del pibe...
ResponderEliminarTe salvaste, don Fulgencio.
Un abrazo.
Es el niño que siempre vive en nosotros.
EliminarUn abrazo amigo.
Ojalá los niños de hoy en día jugaran con esa imaginación, y no estuvieran tan sumergidos en los juegos electrónicos. Muy lindo relato.
ResponderEliminarGracias Hugo, no olvides que nosotros tuvimos otra niñez.
EliminarUn abrazo.