Deambulaba sólo y triste por la calle, sus pocos
años cargaban ya una pena. Nunca supo porque lo abandonó, dicen que era muy
joven, que tuvo miedo. Lo trajo al mundo en secreto, soportó el dolor de parir,
como no tuvo valor, le permitió vivir, y apenas envuelto en una toalla, lo
abandonó en el portal del viejo templo.
En el hospicio creció, sin caricias, sin un pecho
que lo apañe, soportando sus miedos. Le pusieron un nombre, no sabe quien lo
eligió, aunque hoy todos lo llaman Cachito.
Ya la tarde noche va cubriendo de sombras la ciudad,
desde que el sol se ocultó el frio implacable penetra los huesos, el hambre roe
sus tripas, pero el no presta atención, busca, siempre busca.
Se acerca a la mujer que luce su caro visón. — ¿Una
moneda señora? Es para comer…
Ella lo mira con desdén, he impasible continua su
camino, la ve alejarse y masculla un insulto, tiene frio, busca refugio en un
bar acercándose a las mesas para pedir una moneda, al verlo el mozo se acerca
pidiéndole que se retire, que molesta a los clientes, quiere protestar pero es
muy chico.
Casi a los empujones lo lleva a la calle, entonces
él se levanta, llama al mozo, pidiéndole que lo deje, este trata de explicar
que los clientes se sienten incómodos, pero insiste, toma al niño y lo lleva a
su mesa. El mozo está nervioso, desde la barra el patrón hace señas que lo
deje.
En la mesa ambos se miran en silencio, Cachito
agradece con un encogimiento de hombros al extraño que le permitió quedarse, él
pide una taza de reconfortante chocolate y algunas masas, que el muchacho
devora con unción.
— Soy
Aldo— se presenta.
— Me
dicen Cachito, gracias por el chocolate.
— ¿Donde
vives? ¿tienes familia?
— No,
estoy sólo, vivo por ahí…
— ¿Cuantos
años tienes?
— Creo
que siete, no se.
— ¿Y
tus padres?
— No
se.
Desde la barra patrón y mozo observan la escena, se
preguntan: ¿Qué le pasa a este tipo? Para que se complica con ese mocoso, vaya
uno a saber de donde es. Algunos clientes observan con disimulo, algunos
avergonzados, otros indiferentes.
El par de ojos negros y penetrantes del muchachito
les hace desviar la mirada, sólo Aldo puede mantenerla, su rostro tranquilo y
sonriente tranquiliza al niño.
Carolina no sonríe, trabaja en esa casa hace ya
mucho tiempo, recuerda cuando la señora, la encontró llorando, se acercó a
preguntar que le ocurría, ella asustada no supo que decirle, sólo que estaba
sola, que no tenía donde ir, que no sabía que hacer.
Le ofreció trabajo y un lugar para dormir, aceptó,
desde entonces vive allí, trabaja en silencio, nunca sonríe, el dolor la
carcome por dentro, en sus veinticuatro años, no pudo conocer el amor.
No puede olvidar aquella noche, estaba por cumplir
sus diez y siete años, tuvo que huir de su hogar, no la perdonaban, se sentían
humillados, la hija del pastor era una vulgar ramera, una pecadora que había
mancillado el buen nombre de su familia. Vagó por varias ciudades buscando
apoyo, alguien que la refugiara, pero sólo consiguió alguna limosna, le negaban
el trabajo, claro, en su condición.
Con la ayuda de otra marginal tuvo a su bebé, aceptó
la idea de dejarlo en el templo, allí estaría más seguro. Volvió a huir,
viviendo de la mendicidad, hasta que aquella tarde en esa alma caricativa le
ofreció un lugar decente, ya no recuerda cuanto tiempo pasó.
Aldo disfrutó la charla, pero ya era noche, hacia
frio, decidió volver a su hogar, Cachito lo miraba, sabia que volvería a quedar
sólo. Le preguntó donde pasaría la noche, el niño se encogió de hombros.
— Hace
mucho frio.
— Lo
se
— ¿Dónde
irás?
— No
se
— Vamos
— dijo tras pensarlo.
— ¿Donde?
— Donde
puedas dormir abrigado, allí tengo el auto.
Viajaron en silencio, Cachito lo miraba de soslayo,
el iba pensativo. Llegaron a una gran
casa de frente cubierto de enredaderas.
— Vamos
— dijo Aldo, deteniendo el motor.
— ¿Donde
estamos?
— En
mi casa, ven — el muchacho lo siguió temeroso, más aun cuando apareció tremendo
perro y comenzó a saltar de alegría al ver a su amo.
Al entrar la madre los recibió, preguntando por ese
niño que lo acompañaba, Aldo le refirió que en una noche tan fría no podía
dejarlo en la calle, mañana verían que hacer.
La mujer saludó al muchacho acariciando su cabello,
le llamo la atención sus rasgos y quedó pensativa.
Carolina respondió al llamado de su patrona, le
pedirían que prepare un baño y una cama para el pequeño, tras asentir se
dirigió a donde se encontraba. Algo sucedió, ambos se miraron, ninguno imaginó
porque, se quedaron mirando, brotaron lágrimas silenciosas, Aldo y su madre
quedaron atónitos, no cabía duda.
La mañana amaneció cálida, el sol salió más
temprano, Carolina y el muchacho sonreían…