Seguidores

viernes, 11 de mayo de 2012

El Zoilo


Allí en medio de la nada, estaba la vivienda, era un rancho con paredes de adobe y techo de paja brava, al acercarme noté que no tenía puerta, un trozo de trapo de color azul oficiaba de la misma, detrás pude observar que había un corral.
Ya en la galería ví una abertura tapada con un madero, que debía ser una ventana. Al entrar un escalón marcaba un importante desnivel hacia abajo, el piso era de tierra, y había desparramados restos de comida de la noche anterior.
Al girar la cabeza noté que sobre una repisa, estaba un candil casi sin combustible, un mazo de cartas, con mucho uso y una fotografía vaya a saber de quién.
Sobre un catre algunas prendas desparramadas y un poncho desflecado. Una púa había marcado el frente de una vieja guitarra a la que le faltaba la tercera cuerda.
El, estaba sentado sobre un viejo baúl, su aspecto era grave, vestía bombachas muy gastadas, una camisa que alguna vez fue roja, las alpargatas denotaban el paso del tiempo y el terreno fangoso.
Con el pucho apagado entre los labios y un fuerte olor a ginebra, contestó a mi saludo, pero sólo con un movimiento de cabeza, mantuvo fija su mirada en mí.
Me sentí incómodo, el perro no me prestó atención, sólo se rascó y siguió durmiendo, me  quedé parado junto a la puerta mientras trataba de hilvanar las palabras.

-Yo andaba buscando un lechón sabe, alguien me dijo que usted podía tener.
 “-¡Ahá! Le han dicho bien, (hablaba) lentamente se levantó, mientras me preguntaba de cuántos kilos lo quería, le comenté que lo prefería chico. Al ir saliendo hacia el patio noté que había un puñal en la cintura. Era un tanto cojo al caminar, pero altivo.
En el corral, tenía unas batarazas, algunos patos con cría y una yunta de pavos, a unos veinte metros si estaba el chiquero, al llegar me dijo;
 “-Fíjese cual le gusta”. Había más de una docena de cerdos, el que elegí tendría unos doce kilos, se ofreció a entregármelo limpio, me pareció bien y saqué el dinero para pagarle. Cuando, de pronto, sin mediar palabra, sacó el puñal y se me vino encima, quedé paralizado, ya sobre mí, me empujó y clavó el puñal en el piso, yo había desparramado billetera, dinero, documentos por el suelo, estaba pálido, sin comprender.

El sonriendo, se volvió y me dijo;
 “-La saco barata, mire”.
Todavía retorciéndose, ensartada por el puñal, estaba una yarará, allí comprendí, balbuceando le di las gracias y comencé a juntar mis cosas, el corazón se quería salir por la boca, él sin ninguna aprensión pisó la cabeza de la serpiente y retiró el puñal, yo por las dudas me alejé.
Ya volviendo al rancho, me miraba y sonreía, sacudiendo la cabeza, mientras yo trataba de recomponerme. Me dijo llamarse Zoilo, hacía más de cuarenta años que vivía allí, y se dedicaba a la cría de animales, que las víboras eran frecuentes por ser zona de cañada.
Me quiso invitar con algo fuerte para que me volviera el alma a cuerpo, según sus palabras. Le agradecí  con la excusa que debía manejar, la ginebra no es para mí.
Saludé a Zoilo y emprendí el regreso, quedé en pasar dos días mas tarde a buscar el lechón. Al partir suspiré aliviado.
Por el retrovisor lo vi saludar y pense;
La saqué barata.

4 comentarios:

  1. Luis:
    Muy bueno el cuento. Me hizo recordar la aprehensión por los ofidios.
    Con mi esposa vivimos casi tres años en una casa en el medio del campo. De tanto en tanto, aparecían culebras, iguanas (overas y coloradas) y comadrejas. Teníamos unos palos de un poco más de un metro en cada esquina de la casa, con las que dábamos cuenta de las alimañas.
    A las perdices y copetonas, así como a los pájaros en general no los molestábamos.
    Era frecuente que, entre el césped, entre otras especies, viéramos a víboras de coral. No me preguntes si eran las falsas porque eran poco distinguibles, muy escurridizas y escapaban casi siempre.
    La causa: regábamos los frutales que poblaban el parque, las veinticuatro horas seguidas; ya que el suelo era bastante arenoso; eso llamaba al bicherío.
    De los bichos de San Pedro de Jujuy, hablaré en otra oportunidad.
    La sacamos barata.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuantas vivencias, nos regala el campo, aunque la vida allí es dura, lo pase muy bien, hasta pude disfrutar de una boa de cuatro metros, bellísima.
      Aprendí a no matar las culebras, a cuidar las iguanas, ellas nos protegían de las Yarara.
      Muchos recuerdos.
      Te dejo un abrazo amigo.

      Eliminar
  2. Muy buena historia, Moli, no podía imaginarme qué iba a hacer el Zoilo cuando se abalanzó con el puñal, uno está tan acostumbrado a la violencia urbana que espera lo peor. Pero la sorpresa fue bueno, el Zoilo era uno de esos héroes anónimos que le salvó la vida al personaje, las yararás tienen un veneno muy potente.
    Te dejo un gran abrazo y un agradecimiento por la visita.
    HD

    ResponderEliminar
  3. Gracias Humberto, son historias con un poco de fantasía que recogí cuando trabaje en un campo y compartí con esos hombres anónimos casi 15 años.
    Un abrazo y un placer tenerte como visitante.

    ResponderEliminar