Seguidores

domingo, 24 de noviembre de 2013

El arrullo de la selva

 Tras el recodo del río, lenta la canoa avanza, fuertes y morenos brazos aprietan los remos. Rostros cansados indagan  la selva  que se yergue bravía. Cientos de diferentes trinos arrullan desde la espesura.
Al poner pie en la tierra, cada hombre toma parte de la carga y se dirige hacia un casi imperceptible sendero que se interna entre la espesura de la enramada. Cada uno porta sobre su cabeza un bulto, sobre su cabeza, la vida.
 Distintos sonidos se entremezclan  con la melodía que brota de sus gargantas. El paso es rápido, la mirada lenta y profunda. Ellos saben escudriñar entre las matas, para no ser sorprendidos por alguna criatura salvaje.
La humedad y el calor son intensos, cuesta caminar entre zarzales y espinos, pero  no se arredran, saben también  que la tribu depende de sus voluntades. Así tras largas horas caminan por donde sólo se ve un manto cerrado de vegetación. Ellos, agotados y felices, regresan con el producto de la incursión: carne fresca, pescado y frutos que recogieron a través de su larga marcha
De pronto, tras la cortina verde asoma el caserío, donde los  aguardan  mujeres y niños Todos salen a recibirlos, entre gritos de alegría y de euforia generalizada. Las mujeres reciben a sus hombres, colmándolos de atenciones, mientras que los pequeños  abrazan a sus padres y los toman de las manos.
Se inicia  el canto, esta vez acompañado con danzas de júbilo y así los sorprende la noche.
En alguna choza se escucha un arrullo maternal, mientras la aldea va quedando en silencio.
Sólo se escuchan los sonidos de la selva, y alguna nana que suave va llamando el sueño.

Duérmase niño moreno, que mañana, será hombre también.

viernes, 25 de octubre de 2013

Cachito

Deambulaba sólo y triste por la calle, sus pocos años cargaban ya una pena. Nunca supo porque lo abandonó, dicen que era muy joven, que tuvo miedo. Lo trajo al mundo en secreto, soportó el dolor de parir, como no tuvo valor, le permitió vivir, y apenas envuelto en una toalla, lo abandonó en el portal del viejo templo.
En el hospicio creció, sin caricias, sin un pecho que lo apañe, soportando sus miedos. Le pusieron un nombre, no sabe quien lo eligió, aunque hoy todos lo llaman Cachito.
Ya la tarde noche va cubriendo de sombras la ciudad, desde que el sol se ocultó el frio implacable penetra los huesos, el hambre roe sus tripas, pero el no presta atención, busca, siempre busca.
Se acerca a la mujer que luce su caro visón. — ¿Una moneda señora? Es para comer…
Ella lo mira con desdén, he impasible continua su camino, la ve alejarse y masculla un insulto, tiene frio, busca refugio en un bar acercándose a las mesas para pedir una moneda, al verlo el mozo se acerca pidiéndole que se retire, que molesta a los clientes, quiere protestar pero es muy chico.
Casi a los empujones lo lleva a la calle, entonces él se levanta, llama al mozo, pidiéndole que lo deje, este trata de explicar que los clientes se sienten incómodos, pero insiste, toma al niño y lo lleva a su mesa. El mozo está nervioso, desde la barra el patrón hace señas que lo deje.
En la mesa ambos se miran en silencio, Cachito agradece con un encogimiento de hombros al extraño que le permitió quedarse, él pide una taza de reconfortante chocolate y algunas masas, que el muchacho devora con unción.
    Soy Aldo— se presenta.
    Me dicen Cachito, gracias por el chocolate.
    ¿Donde vives? ¿tienes familia?
    No, estoy sólo, vivo por ahí…
    ¿Cuantos años tienes?
    Creo que siete, no se.
    ¿Y tus padres?
    No se.
Desde la barra patrón y mozo observan la escena, se preguntan: ¿Qué le pasa a este tipo? Para que se complica con ese mocoso, vaya uno a saber de donde es. Algunos clientes observan con disimulo, algunos avergonzados, otros indiferentes.
El par de ojos negros y penetrantes del muchachito les hace desviar la mirada, sólo Aldo puede mantenerla, su rostro tranquilo y sonriente tranquiliza al niño.

Carolina no sonríe, trabaja en esa casa hace ya mucho tiempo, recuerda cuando la señora, la encontró llorando, se acercó a preguntar que le ocurría, ella asustada no supo que decirle, sólo que estaba sola, que no tenía donde ir, que no sabía que hacer.
Le ofreció trabajo y un lugar para dormir, aceptó, desde entonces vive allí, trabaja en silencio, nunca sonríe, el dolor la carcome por dentro, en sus veinticuatro años, no pudo conocer el amor.
No puede olvidar aquella noche, estaba por cumplir sus diez y siete años, tuvo que huir de su hogar, no la perdonaban, se sentían humillados, la hija del pastor era una vulgar ramera, una pecadora que había mancillado el buen nombre de su familia. Vagó por varias ciudades buscando apoyo, alguien que la refugiara, pero sólo consiguió alguna limosna, le negaban el trabajo, claro, en su condición.
Con la ayuda de otra marginal tuvo a su bebé, aceptó la idea de dejarlo en el templo, allí estaría más seguro. Volvió a huir, viviendo de la mendicidad, hasta que aquella tarde en esa alma caricativa le ofreció un lugar decente, ya no recuerda cuanto tiempo pasó.

Aldo disfrutó la charla, pero ya era noche, hacia frio, decidió volver a su hogar, Cachito lo miraba, sabia que volvería a quedar sólo. Le preguntó donde pasaría la noche, el niño se encogió de hombros.
    Hace mucho frio.
    Lo se
    ¿Dónde irás?
    No se
    Vamos — dijo tras pensarlo.
    ¿Donde?
    Donde puedas dormir abrigado, allí tengo el auto.
Viajaron en silencio, Cachito lo miraba de soslayo, el iba pensativo.  Llegaron a una gran casa de frente cubierto de enredaderas.
    Vamos — dijo Aldo, deteniendo el motor.
    ¿Donde estamos?
    En mi casa, ven — el muchacho lo siguió temeroso, más aun cuando apareció tremendo perro y comenzó a saltar de alegría al ver a su amo.
Al entrar la madre los recibió, preguntando por ese niño que lo acompañaba, Aldo le refirió que en una noche tan fría no podía dejarlo en la calle, mañana verían que hacer.
La mujer saludó al muchacho acariciando su cabello, le llamo la atención sus rasgos y quedó pensativa.
Carolina respondió al llamado de su patrona, le pedirían que prepare un baño y una cama para el pequeño, tras asentir se dirigió a donde se encontraba. Algo sucedió, ambos se miraron, ninguno imaginó porque, se quedaron mirando, brotaron lágrimas silenciosas, Aldo y su madre quedaron atónitos, no cabía duda.

La mañana amaneció cálida, el sol salió más temprano, Carolina y el muchacho sonreían…

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El portero

Allí como siempre solícito y amable, con su eterna sonrisa.
La portería es su lugar de trabajo, día a día lo encontramos, horas limpiando o quizás acomodando correspondencia, pero siempre está.
Como todos sale para la escuela, responde a su saludo, pero molesta baja la vista, apura el paso y se pierde en la multitud. El sacude la cabeza mientras continua con su tarea.
Es sólo una niña se dijo, pero cada vez que ella pasa, no puede retener sus pensamientos. Sabe que son muchos sus años de soledad, su esposa lo abandonó por un tipo varios años más joven, nunca lo superó pero no quiere demostrar su pena. Para todos es Rodrigo el portero, varias residentes del edificio lo miran con buenos ojos, el  lo sabe, pero no se da por aludido.
Ella es diferente, la piel muy blanca y tersa, líneas suaves moldean su figura, el cabello cual cascada sobre sus hombros que ondula como el trigo en verano, brillando al sol, ojos claros que evitan encontrarse con los suyos, la sensualidad juvenil le altera las neuronas y en sus noches de soledad no puede menos que dejar volar sus sueños, donde el erotismo juega rol principal.

No sabe como ocurrió, pero con el rostro entre sus manos se lamenta sabiendo que lo condenarán, ella sólo era una niña.

martes, 10 de septiembre de 2013

El teléfono sonó...

Le dije: No me llames, está mi mujer.
Pero no me entendió, o no quiso hacerlo.
El teléfono sonó mientras pasaba la aspiradora. No lo escuché, ella si.
—Hola gatito… (Dijo, entre suspiros) te extraño, mi camita está fría, ¿no venís?
—Soy  la gata mayor, ¿tu quien eres?   Vamos, habla…—La voz de mi esposa sonó contundente.
Hubiera dicho: Perdón me equivoqué, pero no, cortó. La bruja se me vino encima, echaba espuma por la boca, los ojos inyectados en sangre, y yo…
Me asuste lo juro, moje mis pantalones, nunca la había visto así. Salte del sillón y descalzo gané la calle, te juro que corrí como nunca antes en mi vida, no me detuve a mirar atrás, sentía como me insultaba.
Ahora no se que hacer, a casa no vuelvo, estoy en pijama y descalzo, sin dinero ni donde ir, por eso te llamo.
¿Ella? No me atiende, no se si está asustada o que, iría hasta su departamento pero no tengo como. ¿Queee? ¿Como que no puedes hacer nada? Habló con tu mujer, que hija de…. Me tienes que ayudar, eres mi amigo, ¿Cómo que tu mujer está a tu lado controlándote?
¿Qué? ¿Se enteró de lo de tu amiga? ¿Como que se lo dijiste? ¿Estás loco?
No puedo seguir hablando, el dueño del bar llamó a la policía, no tengo documentos.
¿Que? ¡Estoy en pijama tarado! Me llevan…

El teléfono volvió a sonar.
—Hola Esteban, si estoy solita, el estúpido huyó en pijama, ahora está preso, ja ja.

Si te espero, como siempre, estaremos muy cómodos, hoy seguro que no vuelve.

jueves, 17 de enero de 2013

Despedida

Quiero informar que he decidido cerrar el blog, estoy desbordado y no lo puedo atender. No se si será temporal o definitivo, por lo pronto quiero agradecer a quienes me apoyaron y dieron el empuje para seguir en esta aventura, los considero mis amigos y los seguiré leyendo.
Dejo un gran abrazo para todos y hasta cualquier momento.
Gracias por todo.
                                Luis

miércoles, 9 de enero de 2013

La protesta continua




Ilustración de Sara Lew
creada para I Carrera Verde digital y por relevos, 
un proyecto de
Luisa Hurtado González 


La protesta continua, gritó Nacho, no bajemos los brazos, esta es nuestra bandera (dijo mostrando su remera verde) montó en la bicicleta que sin ruido recorrió esas calles donde miles de automóviles atronaban con sus escapes humeantes, el cielo no se veía tan azul, una cortina de humo lo opacaba.
Sabía que tendría que hacer algo, por eso esgrimía ese dibujo donde una madre angustiada con su hijo en brazos sufriendo las consecuencias de vivir al costado del curso de agua, tan oscura como su futuro, con esa extraña espuma en la superficie que baja lenta hacia la desembocadura donde seguirá produciendo más daño.
Las bicicletas comenzaron a amontonarse frente a la pared elegida, allí donde quizás la viera aquel señor en su auto de lujo que pregonaba (buscando votos) que el y su partido tendrían las soluciones para evitar la polución, como diputado de la nación y en pos de los altos ideales de la patria.
Poco a poco la pared fue tomando color, en primer plano la imagen de aquella mujer con su hijo enfermo, como fondo el vertedero con su barro infame y espumoso. Sólo faltaba el olor picante y nauseabundo que se podía intuir.
Nacho y sus amigos sentían el orgullo de ser partícipes de la lucha.
 Para que todos la vean la imagen está allí.

Paso el relevo a la ilustradora Gema Luz   Marygüay 
      Las acelgas seguimos en la lucha, ¡Adelante compañeras!!