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sábado, 28 de abril de 2012

Sir Charles


-Señor, el heredero ha llegado.
-Gracias Edwin, puedes hacerlo pasar.

El notario se volvió a los demás asistentes comentando;
-Ha llegado.
Nadie puedo ocultar su nerviosismo,  el notario continuó con la ceremonia, la tensión se podía apreciar nadie decía palabra, se miraban entre si cada cual especulando con su posición frente a los demás.
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Si nos retrotraemos a más de tres décadas atrás, cuando Warren era un don nadie tratando de sobrevivir en un suburbio de Londres, nada presagiaba que pudiera algún día ser un magnate.
Nadie podría ver en ese hombre delgado de pronunciadas ojeras, tan delgado, una barba descuidada, un andar torpe, bebedor consuetudinario a quien llegaría tan lejos.
Vagando por esas calles, recorrió los tugurios mas tenebrosos, conoció gente non santa, habitué de garitos conoció lo más bajo del ambiente.
La noche era su elemento.

Ella bailaba en un antro de muy baja ralea, a escasos metros de los muelles, comenzaron como amigos, hasta que se sintieron atraídos, el se mudó a su departamento, juntos lucharon contra la adversidad, se sintió respaldado, dado que ella tenia la fuerza y convicción que le faltaba.
Jugador empedernido, día a día, jugaba su suerte, la que a veces era esquiva y en otras la bonanza acompañaba a la pareja, un día la diosa fortuna le sonrió, con una ganancia fabulosa, nunca, ni en sueños había visto o imaginado tanto dinero.
A instancia de ella invirtió lo ganado, y la fortuna comenzó a sonreír, primero duplicó el capital, y así fue generando una fortuna apreciable, ella dejó la noche y juntos se convirtieron en personas respetables, (condición lógica que produce el ser millonario) adquirieron un fastuoso palacio, campos y otros bienes.

Un día Charles comenzó a formar parte de la familia, todo era para el, se convirtió en el hijo dilecto. Compensaba con cariño la madurez de la pareja, Warren disfrutaba leyendo versos y poemas, Charles lo escuchaba con unción, su dedicación, sobre todo su aspecto señorial le valieron el título de “Sir”. El hacia gala de esa pompa.
Los viajes se sucedían con frecuencia, la costa azul era la predilecta del trío, donde disfrutaban de la excelente cocina y largas caminatas junto al mar.

Clarens, era un sobrino que acompaño a Warren en su época de delirios, hoy no abandonaba a la pareja bajo ninguna circunstancia, accedía a todos sus pedidos, cual lacayo fiel, dado que así conseguía disfrutar de una vida holgada sin trabajar. Frecuentando a mujeres de la noche, dilapidando dinero ajeno, cual si fuese el heredero.

Volviendo de un fin de semana en Escocia, Warren y su pareja encontraron su final, fue un tremendo accidente, sólo sir Charles resultó ileso. Tras los funerales comenzó la disputa por la fortuna, de la que cada quien a su modo consideraba tener derechos.

Jeremy  Gibons, fue amigo de Warrens, era un abogado de poca monta, con muy poca clientela y muchas deudas, jugador como el extinto, se conocieron en las noches donde disfrutaban el vicio. Muchas de ellas salieron con su fracaso a cuesta a caminar de regreso, otras a compartir copas y mujeres. (Nunca a misa)
Jeremy nunca se caso, no quería desperdiciar la noche, menos aún tener responsabilidades, gracias a la fortuna de su amigo podía disfrutar de una vida holgada, ya que era quien tenia a su cargo la administración de sus negocios.
Hombre fino y elegante, sabía codearse con gente de alta sociedad, por su departamento en la zona más exclusiva de Londres, desfilaron damas muy prominentes a quienes deslumbraba con su verborragia y simpatía, claro que el flamante Aston Martins que conducía aportaba lo suyo.

Debió ocuparse del legado del occiso, el cual sólo el conocía, se trataba de múltiples propiedades, inversiones en bolsa, una imponente pinacoteca, dado que Warren era admirador de muchos artistas, algunos famosos, otros bien considerados pero no con renombre.
Su colección de automóviles incluía cuatro Ferraris y varios modelos de alta gama, que Warren conducía según su estado de ánimo.
Un haras donde criaba caballos de competición con muchos premios ganados, en síntesis una fortuna acumulada a través de casi treinta años.

El notario preparó una audiencia, citando a todos los interesados.
Se fijó la reunión para el martes a las 16 y 30 horas, todos fueron puntuales, solo Sir Charles que llegó treinta minutos más tarde acompañado de Leticia, que era quien se ocupaba de atenderlo diariamente. Recibió como era de esperar demostraciones de cariño, algunas fingidas.
Leticia era una mujer de baja estatura, un tanto rellenita, muy dulce y paciente, soltera empedernida, su largo cabello rojizo y las pecas le daban un aspecto muy especial, hasta se podría decir juvenil. Ella también esperaba su parte en el reparto.

Jeremy Gibons tomó su lugar, a su derecha quedó Sir Charles, el silencio solo era interrumpido por algún carraspeo fruto del nerviosismo. Comenzó leyendo la parte meramente protocolar, y luego comenzó a enumerar las múltiples propiedades y demás bienes.
Sir Charles miraba a todos, cada tanto se cruzaba con alguna mirada tierna, el sólo observaba, poco interesado en lo que Jeremy leía.
Tras una larga hora, llegó el momento por todos ansiado, este hizo una pausa y continuó diciendo:
“Yo Warren… en pleno uso de mis facultades, he decidido dejar  toda mi fortuna a quien me diera todo el amor y la confianza durante tantos años, el es, fue y será mi hijo dilecto siempre, por lo tanto declaro mi legítimo heredero a Sir Charles, y a mi abogado y amigo Jeremy Gibons su administrador, doy gracias a todas las personas que me sirvieron durantes todo este tiempo a quienes Jeremy recompensará según corresponda”
Abajo hay una firma.
Nadie dijo nada, el estupor fue general, todos se miraron, Sir charles imperturbable los observaba, alguien rompió a llorar, otro solo atinó a decir;
¡Le dejó todo al gato…!

viernes, 27 de abril de 2012

Decisión


La magia se había cumplido.
El momento había llegado.
Sentí el calor de tu piel, el brillo de tu mirada denotaba lo que sentías. Al abrazarte sentí el latir alocado de tu corazón, el mío rebozaba de felicidad.
Caminamos en silencio, con los ojos me preguntabas; “¿me querés?”. Te respondí con una sonrisa.
Tu pelo negro reflejaba mil matices a la luz del sol, ese caminar ondulante, sensual, armonioso, te daba una imagen sin igual. Cada tanto me mirabas con ese brillo tan especial y pícaro de tu mirada,
Así fuimos recorriendo la distancia que nos llevaba a casa. Al llegar entramos, vos lo hiciste con timidez, recorriendo el lugar con la mirada, tus ojos se encontraron con los míos buscando aprobación. Todo era nuevo. Mi familia se sorprendió al verte, no esperaban que te llevara a la casa, (pero ya estaba hecho) debían aceptarte, ya eras parte de mi vida y no aceptaría que fueras rechazada.
Cada quien expuso razones para evitar que te quedaras, pero estaba dispuesto a defenderte y realizar mi sueño a pesar de todos, te refugiaste apretándote a mi. Hasta llegaron a decir que eras muy grande. Tonterías.
Me costó llevarte y te quedarías, estaba decidido.
Mientras tanto permanecías pegada a mí, sabias que te protegería.
Deseaba tanto tenerte a mi lado. Hoy sos una realidad, quienes me ven pasear contigo por el barrio, se admiran de tu porte, no es para menos, tus padres fueron pastores alemanes con muchos premios ganados en tantas competencias.
Hoy estas a mi lado y sos mi orgullo.

miércoles, 25 de abril de 2012

Juan


Juan, con su pértiga en alto se quedó mirando el horizonte.
Tanto traqueteo lo agobiaba, era mucho para un día, hacía calor, y no se divisaba ninguna arboleda, el baqueano había dicho que cruzarían el lecho de un arroyo, que no estaba lejos, era un viejo conocedor de la zona. La marcha era lenta, los bueyes tiraban del viejo carretón, que se bamboleaba por el terreno tortuoso, en la inmensidad de la pampa.
 Habían salido de Lobos hacía más de una semana y Santa Rosa quedaba lejos aún. Eran diez carretas muy cargadas, eso hacia más lenta la marcha; al tercer día habían tenido que parar para arreglar una rueda que se rompió, rogaban que no volviera a ocurrir.
La noche anterior, Juan recostado sobre un apero, miraba ese cielo inmenso tachonado de estrellas, era una noche clara, hacia el poniente, vio cruzar una estrella fugaz, le pidió que no se toparan con la indiada, ya que eran pocos y mal armados, Juan tenía un viejo arcabuz que no sabía si realmente servía, los demás algún revólver o escopetas.
Por suerte no llevaban damas, se sabe que los salvajes codiciaban a la mujer de piel blanca, y eso sí era un problema.
Un grito lo volvió a la realidad, habían llegado al curso de agua, bajo su pértiga y azuzó a sus bueyes, la bajada era suave pero el pedregal hacia saltar la carreta.
El descanso fue breve, los animales bebieron, el grupo se deleitó con una mateada, acomodaron la carga y de nuevo al camino, una brisa atemperó el calor de la tarde, el desierto parecía infinito.
Dos días más tarde, mientras se movilizaban por una hondonada, una polvareda lejana los preocupó, el lugar no era apto para la defensa, se encontraban muy expuestos. El baqueano subió a una loma a otear el horizonte, la caravana siguió la marcha buscando un lugar más apropiado, sonriente volvió trayendo tranquilidad, no eran indios, era una tropa que arreaban cuatro hombres oriundos de Santa Rosa, como a la hora se encontraron, llevaban casi cien cabezas, tras el saludo, se presentaron. Uno era hijo del caudillo del lugar y parte de la carga era para su padre, ademas llevaban el mismo camino, tendrían compañía.  
Entre charla a los gritos con los arrieros, fue transcurriendo la tarde, encontraron un buen lugar para hacer noche, tras la cena, bien merecida, se escuchó en la inmensidad de la pampa el pulsar de una guitarra, y voces destempladas al son de una milonga campera. Cada quien buscó el sueño reparador, Juan como siempre contempló las estrellas, podría ser que en algunas de esas que titilan, estuviera quien ya hace más de un año se marchó dejándolo guacho, a pesar que era un joven grande y fuerte, hecho a la adversidad, la extrañaba, y noche a noche, la buscaba entre las más brillantes, sabia que ella estaba allí.
-¡Eh muchacho!, ¿Qué pasa? ¿No te querés levantar?, abrió los ojos y se desperezó. El viejo le alcanzó un jarro humeante de mate cocido, “-Para que te despiertes”, agradeció el gesto y se levantó, luego la rutina, acomodar los animales, asegurar la carga, y continuar el camino, Santa Rosa estaba cada ves más cerca.
La Palmira había quedado en Lobos, le había prometido que a la vuelta se iban a acollarar, y si el cura les daba la bendición mejor, su tata le ofreció una pieza en el rancho, ella estaba entusiasmada, él ansiaba el regreso.
 Abrió los ojos, entre la polvareda alcanzó a ver la carreta que lo precedía, giró la cabeza y hacia el este vio unos nubarrones que presagiaban tormenta, (suelen ser bravas estas en medio del desierto).

A media tarde, la brisa se tornó en viento y el cielo se fue oscureciendo, se venía nomás la lluvia, ojala no fuera con rayos, esos son peligrosos y ademas, espantan la hacienda, por las dudas buscaron un sitio mas alto, si el agua subía mucho quedarían empantanados. Los animales estaban inquietos, el viento era fuerte y la lluvia castigaba, decidieron parar hasta que pasara el temporal. Tras el primer chubasco amainó y se convirtió en una lluvia suave, que duró hasta entrada la noche. Iba a ser complicado encontrar un sitio para dormir, el suelo estaba barroso y había refrescado. Esa noche no habría estrellas, se acomodó como pudo sobre la carreta y añoró a la Palmira. ¿Qué estaría haciendo? ¿Pensaría en el?, en Lobos varios la codiciaban, pero ella le juró fidelidad.
Se durmió soñando con esos ojazos negros, y la picardía con que lo miraba, pero siempre la Chacha la acompañaba, y no permitiría ni un beso fugaz, al volver todo iba a ser diferente. Aún soñaba cuando lo llamaron.
 “-¡Vamos que se hace tarde!”, don Hipólito era un hombre de avanzada edad pero vital, estaba encargado de la caravana y tenia que llegar a Santa Rosa en la fecha indicada.
-¿Qué pasa muchacho?, ¿no dormiste bien? No dijo nada, pero le dolía todo el cuerpo, por dormir hecho un bollo sobre el pescante de la carreta, ¡era un hombre carájo!
Otra jornada dura, las ruedas se enterraban en el barro y había que sacarlas, la marcha se hizo más lenta, los arrieros iban más rápido, así que quedaron solos, pero en otra jornada llegarían, eso les daba fuerza contra la adversidad.
A media mañana un sol imponente fue secando la huella, y eso ayudó a que avanzaran más rápido. La lluvia había aumentado el caudal del arroyo, al llegar había que cruzar por el vado y no era fácil, una a una lentamente, las carretas fueron cruzando, a su turno Juan estaba muy nervioso, la corriente era importante, don Hipólito se paró en la otra orilla para decirle como debía encarar el cruce y por donde, así a pesar de sus miedos pudo hacerlo. Tras un descanso reanudaron la marcha, esa noche el cansancio era grande, así que Juan no pudo ver esa estrella brillante que titilaba más que las otras, como cuidándolo.

Al llegar la mañana no fue preciso despertarlo, estaba eufórico, sabía que ese día llegarían. Ya no iban por un pedregal, era una huella que hacia más suave la marcha.
Un jinete les salió al encuentro, lo enviaban para saber por donde andaban, los anotició que un vaquillona a la estaca los iba a estar esperando, los gritos fueron de alegría, el sancocho que noche a noche comían no era lo que dice un manjar, solo servía para mitigar el hambre, en esas soledades no se podía pedir más, el caldo servia para ablandar la galleta.
Ya pasado el mediodía se divisó el caserío, ¡Santa Rosa por fin!, ya no sentía cansancio, sólo ansiaba llegar, quizás esa noche durmiera en un catre, ¡si lo viera la Palmira!…

Entraron por el este, el pueblo era grande, la gente del lugar los saludaba, dos carretas quedarían frente a la plaza, en un almacén de ramos generales, el resto debía seguir hasta el otro lado, Juan se regodeaba con las chinitas que lo miraban y hacían guiños, era el único joven y encima forastero.
 Al paso cansino de los bueyes llegaron por fin, sólo quedaba  descargar, pero eso sería recién mañana, ahora lavarse un poco y disfrutar el asado, bien ganado lo tenían, en dos días estarían regresando.
Esa noche la estrella brilló como nunca…

La cabaña


Caminó por ese sendero angosto, bordeado de árboles, la nieve lo cubría, el frío era intenso y la soledad lo atrapaba. A lo lejos divisó la cabaña, apuró el paso, pues ansiaba llegar, solo pensaba en tomar algo caliente. Encendió los leños del hogar. El chisporroteo lo mantuvo entretenido un largo rato, un humeante café lo volvió a la vida. Ya comenzaba a oscurecer. La noche iba a ser larga, el trepidar de las llamas trajo recuerdos que añoraba, aquella cena, la lluvia detrás del cristal, ella con sus ojos color miel, su sonrisa seductora augurando en lo que vendría después.( El deseaba lo mismo ).
La caminata por la costa, bajo una tenue llovizna, colgada de su brazo, riendo sin cesar. Cuantos momentos que quisiera volver a vivir.
Ya era tarde, así que decidió acostarse, alimentó con leños el hogar, para que durase toda la noche y arropado con las mantas añoró tenerla a su lado, sentir la suavidad de su piel, su voz murmurando un “te quiero”. Poco a poco lo fue ganando el sueño, hasta que la claridad del amanecer lo despertó.

Un buen café y unas tostadas, fueron el desayuno, lentamente fue transcurriendo la mañana, absorto en los quehaceres no se percató que alguien se acercaba, dos golpes suaves en la puerta lo sobresaltaron. Al abrir, aterida de frío estaba ella, se sorprendió, no la esperaba, con su sonrisa le dijo;
- “He vuelto”, “te extrañaba”, con un nudo en la garganta que le impedía articular palabra. La invito a pasar, y ella se colgó de su cuello en un beso sin final. ¡Que extraño! Comenzó a salir el sol, el cielo plomizo dio paso a una mañana diáfana, sus ojos chisporroteaban más que la leña.
-¡Vamos!, Te hago un café, (le dijo) ¡estás helada!, ella se arrimó al fuego para calentarse.
 Mientras tomaba su café y le contaba su viaje, no podía dejar de mirarla. ¿Dios, pudo escuchar su deseo? (Pensó). Por fin la tenía a su lado.
-¡Ey!, ¿no me escuchas?, ¿en que te quedaste pensando?, (dijo sonriendo). El, como un adolescente sorprendido, no atinó a responder, eso a ella la divertía, corrió hacia el y nuevamente se colgó de su cuello. Pudo sentir su calor, juguetona le mordió la oreja, el la apretó fuerte a su cuerpo, y en un diálogo de miradas supieron qué deseaban, y allí sobre el lecho sobraban las palabras. La tarde se iba yendo muy lenta.
Cocinar nunca había sido tan gratificante, su risa, sus mohines, le divertía cantar temas con letras acordes a la ocasión, su alegría lo contagió. Habían pasado seis largos meses desde el día que decidió viajar, recuerda ese largo beso, que no quería que acabara. El silbato del tren anunciando su partida. Se quedó en el andén hasta que el mismo se perdió a lo lejos, y después, la nada, no quería llorar, pero el pecho oprimido, un nudo en la garganta, los ojos húmedos, el sentimiento de abandono y el no saber cuándo la volvería a ver, eran muy fuertes.
No quiso quedarse en la villa, prefirió recluirse en la cabaña, allí no existían recuerdos de ella. Fueron días duros, más de una noche se quebró, no podía dejar de extrañarla, cuantas veces entrecerrando los ojos, la sentía a su lado y así lo sorprendía la madrugada. Pensándola. Poco a poco se fue atemperando su dolor, pero siempre surgía su recuerdo.
Ahora está allí, su gesto le causa gracia. Lo provoca, finge tener calor, quitándose lentamente la blusa, pero está acurrucada junto al hogar. Al estar lista la comida, la invita a la mesa, burlona se arrima y se sienta en su falda, dice que es una nena. A el le  gusta ese juego.
Tras el almuerzo o cena, (a esa hora ya no se sabía que era) se acurrucaron en el sillón, entre mimos se enteró de su vida durante ese tiempo. Viajó, conoció lugares, gente. Hasta tuvo una aventura, ¿Qué podría decirle él? Siempre fue libre, hay momentos que su juventud y la madurez de él, se contraponen, pero aún así se sienten atrapados. Antes de conocerse, el tenia una vida muy diferente, pero al llegar ella,  se adueñó de todo su ser, decidió seguirla, era un nuevo despertar, fue un tiempo de dicha plena. Pero un día ella sintió que debía marcharse, el no tenia argumentos para detenerla.
Es tarde y hace frío, se pega a su cuerpo buscando calor, el la abraza porque también desea el suyo. Acurrucados entre mimos, poco a poco se enciende la pasión. Esta noche también es larga pero no sienten frío.
Los sorprende la mañana abrazados. El tiempo se detuvo

martes, 24 de abril de 2012

La aguada


La vida te da sorpresas.
Mi trabajo me llevó a aquel campo, había que reparar una aguada, se encontraba lejos de la casa, al lado de un molino. Era un trabajo ingrato, sacar barro con una carretilla, eso llevaba varios días. Luego apisonar estando la tierra seca y dura, para terminar con una capa impermeable de ladrillos y cemento.
Me encontraba sólo, mis hijos solamente me ayudaban el fin de semana, ya que era época escolar. Cierta vez, sería media mañana y a pesar de esas soledades, las necesidades fisiológicas se manifiestan. Evalué la circunstancia, y noté que si venia alguien desde la casa podía verlo a unos mil quinientos metros antes de doblar hacia donde me encontraba.
Lo más probable era que fuera la esposa del encargado en su viejo Rastrojero, lo que me daba tiempo suficiente para “apurarme”.
Desde donde me ubiqué tenia vista de los cuatro puntos cardinales. Hacia el norte, el terreno del vecino que se prolongaba a varios miles de metros. Hacia el sur la vista me llevaba a una distancia apreciable, al oeste corrales con cuernos largos, los que habían llegado hace unos días y por lo tanto no eran nada mansos. El cebú al igual que todo ganado bovino es muy curioso, y se la pasan desde la tranquera mirándome.
Con la seguridad de que nadie podía sorprenderme me dispuse a darle libertad a mis intestinos. Aproveche unos arbustos que me ocultaban al estar agachado de la vista del camino.
¡Cuanto placer!, en aquella soledad, nadie podía interrumpirme, y así me encontraba cuando escuche el sonido del motor. Desde el camino no venia nadie, desde la casa tampoco, los animales se encontraban tranquilos lo que era evidente que nadie venia de ese lado. El sonido del motor estaba cada vez mas cerca y mi vista no descubría nada.
Levanté la cabeza y entonces lo vi. Volando a baja altura, un helicóptero con dos personas a bordo, creo que uno de ellos señalaba en mi dirección, pasaron muy despacio y hasta me saludaron.