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viernes, 25 de octubre de 2013

Cachito

Deambulaba sólo y triste por la calle, sus pocos años cargaban ya una pena. Nunca supo porque lo abandonó, dicen que era muy joven, que tuvo miedo. Lo trajo al mundo en secreto, soportó el dolor de parir, como no tuvo valor, le permitió vivir, y apenas envuelto en una toalla, lo abandonó en el portal del viejo templo.
En el hospicio creció, sin caricias, sin un pecho que lo apañe, soportando sus miedos. Le pusieron un nombre, no sabe quien lo eligió, aunque hoy todos lo llaman Cachito.
Ya la tarde noche va cubriendo de sombras la ciudad, desde que el sol se ocultó el frio implacable penetra los huesos, el hambre roe sus tripas, pero el no presta atención, busca, siempre busca.
Se acerca a la mujer que luce su caro visón. — ¿Una moneda señora? Es para comer…
Ella lo mira con desdén, he impasible continua su camino, la ve alejarse y masculla un insulto, tiene frio, busca refugio en un bar acercándose a las mesas para pedir una moneda, al verlo el mozo se acerca pidiéndole que se retire, que molesta a los clientes, quiere protestar pero es muy chico.
Casi a los empujones lo lleva a la calle, entonces él se levanta, llama al mozo, pidiéndole que lo deje, este trata de explicar que los clientes se sienten incómodos, pero insiste, toma al niño y lo lleva a su mesa. El mozo está nervioso, desde la barra el patrón hace señas que lo deje.
En la mesa ambos se miran en silencio, Cachito agradece con un encogimiento de hombros al extraño que le permitió quedarse, él pide una taza de reconfortante chocolate y algunas masas, que el muchacho devora con unción.
    Soy Aldo— se presenta.
    Me dicen Cachito, gracias por el chocolate.
    ¿Donde vives? ¿tienes familia?
    No, estoy sólo, vivo por ahí…
    ¿Cuantos años tienes?
    Creo que siete, no se.
    ¿Y tus padres?
    No se.
Desde la barra patrón y mozo observan la escena, se preguntan: ¿Qué le pasa a este tipo? Para que se complica con ese mocoso, vaya uno a saber de donde es. Algunos clientes observan con disimulo, algunos avergonzados, otros indiferentes.
El par de ojos negros y penetrantes del muchachito les hace desviar la mirada, sólo Aldo puede mantenerla, su rostro tranquilo y sonriente tranquiliza al niño.

Carolina no sonríe, trabaja en esa casa hace ya mucho tiempo, recuerda cuando la señora, la encontró llorando, se acercó a preguntar que le ocurría, ella asustada no supo que decirle, sólo que estaba sola, que no tenía donde ir, que no sabía que hacer.
Le ofreció trabajo y un lugar para dormir, aceptó, desde entonces vive allí, trabaja en silencio, nunca sonríe, el dolor la carcome por dentro, en sus veinticuatro años, no pudo conocer el amor.
No puede olvidar aquella noche, estaba por cumplir sus diez y siete años, tuvo que huir de su hogar, no la perdonaban, se sentían humillados, la hija del pastor era una vulgar ramera, una pecadora que había mancillado el buen nombre de su familia. Vagó por varias ciudades buscando apoyo, alguien que la refugiara, pero sólo consiguió alguna limosna, le negaban el trabajo, claro, en su condición.
Con la ayuda de otra marginal tuvo a su bebé, aceptó la idea de dejarlo en el templo, allí estaría más seguro. Volvió a huir, viviendo de la mendicidad, hasta que aquella tarde en esa alma caricativa le ofreció un lugar decente, ya no recuerda cuanto tiempo pasó.

Aldo disfrutó la charla, pero ya era noche, hacia frio, decidió volver a su hogar, Cachito lo miraba, sabia que volvería a quedar sólo. Le preguntó donde pasaría la noche, el niño se encogió de hombros.
    Hace mucho frio.
    Lo se
    ¿Dónde irás?
    No se
    Vamos — dijo tras pensarlo.
    ¿Donde?
    Donde puedas dormir abrigado, allí tengo el auto.
Viajaron en silencio, Cachito lo miraba de soslayo, el iba pensativo.  Llegaron a una gran casa de frente cubierto de enredaderas.
    Vamos — dijo Aldo, deteniendo el motor.
    ¿Donde estamos?
    En mi casa, ven — el muchacho lo siguió temeroso, más aun cuando apareció tremendo perro y comenzó a saltar de alegría al ver a su amo.
Al entrar la madre los recibió, preguntando por ese niño que lo acompañaba, Aldo le refirió que en una noche tan fría no podía dejarlo en la calle, mañana verían que hacer.
La mujer saludó al muchacho acariciando su cabello, le llamo la atención sus rasgos y quedó pensativa.
Carolina respondió al llamado de su patrona, le pedirían que prepare un baño y una cama para el pequeño, tras asentir se dirigió a donde se encontraba. Algo sucedió, ambos se miraron, ninguno imaginó porque, se quedaron mirando, brotaron lágrimas silenciosas, Aldo y su madre quedaron atónitos, no cabía duda.

La mañana amaneció cálida, el sol salió más temprano, Carolina y el muchacho sonreían…